Diseñando una Política Fiscal verde

Aunque las ciencias económicas parten del criterio de eficiencia para optimizar la función de utilidad de los agentes económicos, en la actualidad, esta noción es solo una proposición normativa. Las distorsiones de la economía son la regla general, pues la economía lineal ha creado la ilusión de abundancia relativa de materias primas.

Sin embargo, transformar la realidad es impostergable, debido al agotamiento de los recursos, el incremento en los riesgos de suministro, los costos crecientes de explotación, así como el daño ecosistémico y la crisis climática. ¡Los datos son contundentes!

Detener el deterioro ambiental y el calentamiento global únicamente limitando el uso de combustibles fósiles no es suficiente, porque estos representan poco más de la mitad de los gei. Por ello, es crucial abordar la gestión de materiales que se generan para la industria, pues esta abarca el resto del impacto de gei. Así, es fundamental converger hacia un modelo de crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo, a través de una economía de bajo consumo de carbono, ecológica y competitiva, que logre la eficiencia en el uso de los recursos.

Las metas solo pueden ser de “cero residuos” y “cero emisiones”. Pero, para alcanzar la neutralidad climática, se debe impulsar decididamente la restauración y la circularidad. Por lo tanto, existen tres estrategias sinérgicas cruciales:

Hacer un uso más eficiente de nuestros materiales y activos existentes, acelerando el camino hacia la economía circular.
Formular políticas para una economía circular que, por diseño, sea regenerativa y libre de residuos hasta donde sea posible. Esto implica impulsar una estrategia de desacoplamiento y mayor productividad.
Promover agresivamente la reducción de emisiones de gei mediante la absorción del carbono de la atmósfera y su menor utilización en nuestra economía, evitar que sea liberado y procurar su almacenamiento durante periodos más largos.

 

Las absorciones de carbono pueden basarse en procesos naturales —por ejemplo, mediante el restablecimiento de ecosistemas, la reforestación, la protección y la gestión sostenible de los bosques, así como la captura de carbono en la agricultura— o en una mayor circularidad —mediante el almacenamiento a largo plazo en la construcción con madera, la reutilización y el almacenamiento de carbono en productos, como la mineralización en materiales de construcción—. También se puede acelerar la transición hacia el uso de energías sustentables que eliminen la quema de combustibles fósiles, promuevan la generación de energías limpias, incentiven el uso de transporte eléctrico y la investigación y desarrollo de baterías de almacenamiento de energías, entre otras medidas.

Estas estrategias tienen el potencial de frenar también las ineficiencias en el uso de recursos, su deterioro y su agotamiento, pero también de mitigar los riesgos materiales y de suministro, así como optimizar sus costos. Todas requieren el diseño de políticas públicas que alineen los incentivos hacia una mayor eficiencia energética e industrial y de conservación y revalorización de materiales.

Los incentivos económicos siguen siendo uno de los medios más eficaces para conservar el medio ambiente y los recursos. Los impuestos ecológicos, los impuestos al valor extraído (Ex’tax), los incentivos financieros, los seguros de responsabilidad resultantes de los daños medioambientales y el etiquetado medioambiental son algunas de las medidas para evitar distorsiones e impulsar la implantación del modelo de capitalismo natural circular para facilitar su desarrollo. Consecuentemente, se alcanzan óptimos socialmente eficientes.

Para eliminar estas distorsiones, el impacto se tiene que ver reflejado en la oferta de los productores que utilizan materias primas, tanto renovables como no renovables, pero también en el comportamiento del consumidor. Entonces, hablamos de que estas políticas deben impactar los precios. Durante las últimas décadas se ha experimentado un crecimiento sin precedentes de la demanda de estos recursos, lo cual ha motivado a los responsables de la formulación de políticas a transitar a una economía circular y más eficiente en recursos.

Cuando la escasez arrecia por el agotamiento de los recursos o por alcanzar la frontera de posibilidades de producción en su límite, la visión y la meta de producción deben orientarse al cambio tecnológico y al cambio en las preferencias de los consumidores, con políticas confeccionadas para lograrlo.

El impacto en los costos de materias primas tiene un componente de alta volatilidad de precios de mercado, derivado de los riesgos de suministro que pueden existir. Además, estos se incrementan por la dificultad creciente para obtenerlas en la naturaleza; i. e., extender los campos agrícolas a costa de bosques y selvas; cavar más profundo, explotar minerales menos puros, entre otras acciones. Todas requieren más esfuerzos, más recursos materiales y financieros, mientras aumentan exponencialmente los desperdicios y sustancias tóxicas derramadas en la naturaleza. Aunque patrones previos de crecimiento han resultado en prosperidad, han sido a costa de un uso intensivo e ineficiente de recursos. Entonces, lograr mayor eficiencia de recursos también significa reducir costos de materiales y procura de energía, así como de disposición de desperdicios, tratamiento de aguas residuales y emisiones.

El diseño de un marco adecuado de políticas predecibles y a largo plazo es una condición necesaria para estimular las inversiones y las acciones requeridas. Así, es posible desarrollar los mercados de tecnologías más ecológicas y promover soluciones empresariales sostenibles. El apoyo para lograr la eficiencia de los recursos y la transformación de la sociedad hacia una economía circular debe construirse desde las políticas públicas e incluir a los líderes empresariales, los sindicatos y a la misma sociedad. Solo así se trazará un camino fuera de las crisis actuales, hacia la reindustrialización de una economía que apueste por el crecimiento sustentable y duradero. La eficiencia en los recursos y la resiliencia está en el corazón de la economía circular, la cual puede lograrse de manera socialmente inclusiva y responsable.

Walter Stahel, pionero y fundador de las escuelas de pensamiento circular,  expresó con claridad: “El ángulo de negocios de una economía circular [se centra en] mayor competitividad, mayor seguridad de recursos y eficiencia material”. Esto significa que la economía se puede transformar para ser mucho más eficiente y productiva, con reglas del juego y políticas públicas muy claras hacia el uso de energías y materiales.

El gran cambio del sistema económico hacia uno donde el patrimonio natural y la circularidad sean las llaves del éxito debe pasar por la transformación de los sistemas impositivos de las naciones. Los sistemas de tributación actuales carecen de estructuras contributivas e impuestos necesarios para promover una nueva economía de caudales y circularidad.

Los sistemas actuales mantienen el diseño anquilosado que derivó de las revoluciones industriales, donde se promovía la mecanización y masificación de la producción, sustituyendo el empleo por capital. Por ello, una profunda reforma fiscal ambiental puede lograr un mejor desempeño ecosistémico y contribuir al crecimiento inclusivo. Todos los análisis robustos sobre economía circular permiten concluir que, para empujar la transición, es crucial —aunque no suficiente— un cambio transformador en impuestos al trabajo hacia una carga sobre el uso de recursos naturales y costos externos.

Para maximizar las oportunidades de una transición circular, es menester minimizar las cargas para los ciudadanos y las empresas, asegurando que el marco institucional que las regula garantice un futuro sostenible mediante un enfoque que se racionalice y adapte a las nuevas circunstancias. Además de políticas que corrijan las distorsiones en precios, se deben impulsar políticas de materiales y bienes que conviertan en norma la sostenibilidad de productos, servicios y modelos de negocio. Un marco sólido y coherente permitirá entonces transformar las pautas de consumo, para evitar que se produzcan residuos.

Las políticas que regulen la transición deberán tener en cuenta las cadenas de valor de los productos clave y el diseño de medidas para reducir la producción en residuos y garantizar que se disponga de un eficiente mercado interior de materias primas secundarias de alta calidad. Así, la economía circular contribuirá decididamente a la neutralidad climática y la eliminación de residuos. Asimismo, será capaz de encauzar el potencial de la investigación, la innovación y la digitalización, en beneficio de las personas, las regiones y las ciudades.

Cada vez más regiones y países del mundo han enfocado sus baterías en estas metas y estrategias. La Unión Europea y Chinaencabezan estos esfuerzos, pero también encontramos diversos países del lejano Oriente, como Japón, y varios del Pacífico Sur, o unos pocos de América, como Chile, que están impulsando decididamente la economía circular. La confluencia de más naciones permitirá acelerar su transición en forma sistémica y profunda, con efectos disruptivos, pero positivos para el bien común.

Para ello, el concierto de las naciones necesitan reformar los mecanismos de diseño, discusión y decisión de los contenidos de las regulaciones, las normas y los estándares, pero también los instrumentos mismos, para que además impliquen nuevos enfoques de gobernanza.

Por: Dr. Francisco Suárez Hernández. Director de Asuntos Públicos y Relaciones Estratégicas FEMSA y Asuntos Corporativos Negocios Estratégicos y División Salud. Ex Presidente del Consejo del World Environment Center.

Correo electrónico: francisco.suarezh@gmail.com