Las circunstancias que enfrentamos exigen la construcción de una agenda ambiental y de cambio
climático sistémica e integral que conduzca a la generación de caudales de capital natural. Así, se
requiere una inspección reflexiva de las relaciones de los individuos con la naturaleza, con su
sociedad, con los mercados, con la tecnología, con sus gobiernos, que lleve también al cambio en
el comportamiento de todos para satisfacer no solo las necesidades humanas, sino las de los
hábitats de la Tierra, desde una visión totalmente sustentable. Esto puede verse con el nacimiento
de una escuela del pensamiento económico, que quiero denominar capitalismo natural circular.
Este pensamiento económico circular, y regenerativo a la vez, ofrece un marco poderoso para
reencauzar no solo los sistemas de producción en favor de la sustentabilidad de materiales y
bienes, sino también una mayor conciencia de nuestra humanidad, del papel que jugamos y
representamos en el planeta, en su historia. Hoy, esto se encuentra en el centro de las acciones
del hombre, en la política, en el derecho, en la economía, en las relaciones sociales. Tiene el poder
transformador de hacernos ver más allá de nuestra conciencia individualista, para pensar y actuar
más como una conciencia colectiva, hacia un fin fundamental: el bienestar humano, social, natural
y ecológico de toda la vida en el planeta.
Si bien los diseños de materiales circulares y los modelos de negocio circular están cobrando un
gran impulso, y los consumidores son más favorables a los productos y servicios sustentables, el
ritmo de adopción de la economía circular sigue siendo lento frente a una realidad apremiante en
la que vivimos. Algunas de las razones de este impasse se asocian a las distorsiones que las
economías de las naciones mantienen en sus sistemas productivos y al mal diseño de políticas
públicas y regulaciones, que no se han adaptado a las cambiantes condiciones. Tanto las fallas del
mercado como las regulatorias son las causantes no solo de las distorsiones, sino de los efectos
externos en la naturaleza y los ecosistemas, así como en la salud y el bienestar social de las
poblaciones alrededor del mundo. La evidencia es abrumadora.
El cambio climático representa el ejemplo por excelencia: los costes sociales globales de las
emisiones de carbono son enormes, pues las emisiones excesivas de GEI representan una amenaza
existencial para el planeta y superan con creces los costos soportados por cualquier empresa, o
incluso cualquier país. Estos costes se externalizan, de modo que se transmiten a la sociedad, a los
individuos y, lo más grave de todo, a las generaciones futuras, en lugar de ser absorbidos por el
contaminador.
Se estima que las pérdidas mundiales de bienestar por contaminación alcanzaron 6.2% de la
producción económica mundial. Solo en 2017, los impactos negativos a largo plazo, causados por
las emisiones de carbono en la economía mundial, fueron de 16 billones de dólares. (3) Ya sea a
través de regulaciones o cobrando un precio por las emisiones de carbono, es imperativo que sean
detenidas.
Las economías del planeta, en particular las capitalistas, se caracterizan por una combinación de
mercados privados y gobierno que pretenden generar mayor provecho. Pero, para que los mercados
funcionen bien por sí solos, hay que cumplir una serie de condiciones: tiene que haber una
competencia robusta, la información tiene que ser perfecta y las acciones de un individuo o empresa
no pueden imponer daño a los demás. Generalmente, estas condiciones no se han cumplido, por lo
cual, en estos casos, los mercados no funcionan o lo hacen a medias. Pero estas fallas de mercado y
regulatorias tienen su origen en el desequilibrio entre el poder de mercado y el poder de gobierno.
En los últimos dos siglos, los arreglos institucionales han sido claramente distorsionantes en favor del
poder de mercado, permitiendo la “extracción de rentas extranormales” en la producción y los
servicios.
La historia comienza recordándonos los materiales, energía y flujos de información. Al cambiar el
siglo XX, la economía se desconectó de su base de recursos y se asumió que se trataba de un flujo
circular de ingresos y una acumulación de riqueza, conducida por la idealizada acción decisoria de los
individuos y las empresas, en busca de maximizar su utilidad o satisfacción, momento a momento.
Conocemos a este periodo como el consenso neoclásico, y fue también forjado con el mismo
enfoque de explotación lineal que había prevalecido. Por otra parte, el modelo desarrollista
neokeynesiano ha sido altamente distorsionante y claramente inefectivo para equilibrar el bienestar
humano en todos los continentes. La desigualdad y la pobreza persisten, a pesar de los grandes
logros de la humanidad que han permitido avances sustanciales.
La sobreexplotación de los bienes públicos —tierras, aguas, subsuelo, sin compensación
adecuada para reponer al menos los daños causados— ha sido la regla. Asimismo, la entrega de
subsidios distorsionantes e irracionales a la producción, o las exenciones de impuestos, tanto de
combustibles fósiles, extracción de agua, producción agrícola y minera, han promovido la
degradación de los ecosistemas naturales a niveles extraordinarios.
Los gobiernos y los responsables de la formulación de políticas deben centrarse en cualquier
mercado en el que haya rentas excesivas, porque son una señal de que la economía tiene espacio
para funcionar de manera más eficiente. La explotación inherente a las rentas excesivas la debilita
realmente. La única vía eficiente hacia la creación de riqueza es el diseño de políticas públicas que
eviten a los buscadores de rentas y logren un sistema de precios adecuados, para compensar o
evitar la generación de costos externos. De este modo, la riqueza podrá ser mejor distribuida y
será posible garantizar el bienestar de la Tierra y de sus habitantes a largo plazo.
Para el capitalismo natural y la economía circular, la eficiencia de los mercados está en la
esencia de sus principios. La adecuada regulación de las fallas de mercado es la regla para diseñar
las políticas públicas que se requieren. De hecho, es posible afirmar con certeza que un adecuado
diseño de las regulaciones tiene la virtud de limitar o eliminar por completo las fallas de mercado y
de gobierno. W. McDonough argumenta que, frecuentemente, la regulación es solo un intento por
compensar o limitar las consecuencias de un pobre e inadecuado diseño. (4) Esta máxima es aplicable
para los productos o materiales, los negocios y las políticas. Entonces, es necesario un buen diseño
de políticas, como premisa de un sistema económico adecuado.
La propuesta de capitalismo natural con economía circular aborda tres de los principales
problemas que han originado las mayores distorsiones en las economías:
- Primero, que la racionalidad del comportamiento individual se aleja del egoísmo y
refuerza el ser social, a través de la acción colectiva, pues reconoce que su actuar tiene
repercusiones más allá de su persona. - Segundo, que es necesaria y posible la desmaterialización de la economía.
- Tercero, que es inaplazable una visión sustentable de largo plazo para que no
perdamos las contribuciones naturales a la biosfera y recuperemos los acervos de
capital natural a niveles preindustriales.
Estos supuestos son poderosos para modelar las formas de comportamiento de los individuos
hacia la construcción de un sistema económico que privilegie la compartición, el servicio y la
circularidad y permita la conservación y la restauración de los ecosistemas, para ofrecer mayor
riqueza, prosperidad, bienestar y equidad económica, ambiental y social. Esta racionalidad se
sustenta en las aportaciones de la teoría de juegos, la economía conductual, la elección pública, la
economía ambiental, entre otras escuelas de pensamiento.
Como lo señala Joseph Stiglitz, renombrado economista de nuestro tiempo, “Tenemos que
construir un nuevo contrato social que permita a todos […] vivir una vida digna”. (5) Este contrato
social debe brindar a todas las poblaciones del planeta una gobernanza global y la posibilidad de
invertir en el patrimonio ambiental de las generaciones futuras, así como generar caudales de
riqueza suficientes para una vida digna, aspiracional y de clase media, con todos los satisfactores
que les brinden alimento, salud, bienestar y prosperidad, aprovechando las contribuciones que
ofrece la naturaleza.
El desafío socioeconómico más profundo para lograr el capitalismo natural y la economía
circular es el despliegue de una estrategia para satisfacer las necesidades básicas de la gente que,
en las próximas décadas, se incorporará a las actividades económicas, para mejorar la calidad de
vida y avanzar más allá del consumo material hacia una medida de calidad de vida. Este desafío se
entrelaza con políticas para lograr una distribución más equitativa de la riqueza y los ingresos, en
lugar de apoyar la brecha creciente entre los que tienen y los que no tienen.
Lograr la transformación requerirá del esfuerzo concertado de las instituciones internacionales,
los Estados nacionales y la sociedad global, para que el capitalismo natural y la economía circular
sean la nueva agenda económico-ambiental y climática. Este esfuerzo conjunto permitirá también
invertir en factores de la producción renovables, i. e., en caudales de capital natural, humano y
social, manufacturero y financiero, que generen mayores flujos, con los siguientes fines:
- La conservación y restauración del capital natural, conversión productiva con
innovación tecnológica y eficiencia energética. - El fortalecimiento y desarrollo del capital social y de la economía compartida, para
proteger el medio ambiente y aprovechar los modelos productivos apropiados en
cada región de la aldea global, reforzando la equidad y el desarrollo regional y
urbano, con prosperidad y una mejor distribución del ingreso.
Una economía del conocimiento para impulsar la innovación a partir del capital
humano enriquecido, que genere más empleo y mercados laborales robustos. - La transformación del sistema productivo desde su diseño y el de sus modelos de
negocio para aportar capital manufacturero circular. - La reestructuración del sistema financiero global, con el fin de que aporte capital
financiero para apuntalar estas estrategias sustentables, así como políticas con
inversiones y financiamientos que refuercen la resiliencia y hagan frente a los riesgos
físicos y productivos.
La transición hacia este modelo restaurador y circular ofrece retos y oportunidades para lograr la
generación sustentable de caudales de riqueza que llaman a impulsar grandes transformaciones en los
siguientes ámbitos:
- los hábitos y preferencias de consumo de los agentes económicos;
- las cadenas productivas y enfoques de negocio que delimiten claramente las
responsabilidades de los generadores de los costos externos, provenientes de los
flujos de desperdicio y los mecanismos para fortalecer los SPS, para hacer a la
industria más competitiva y sustentable a la vez, y - los impulsores de la innovación tecnológica.
Cada uno de estos aspectos tendrá efectos en la función consumo y la función producción, que
incidirán en los precios relativos. Asimismo, deberán generar impactos en las decisiones colectivas que
favorezcan el diseño e implementación de las políticas públicas macroeconómicas de los países y de la
comunidad global, para que se impulse también la riqueza de las naciones bajo premisas de
sustentabilidad. Las alternativas son esperanzadoras, pues las políticas públicas que se deben
emprender son económicamente fáciles, aunque no políticamente. Sin embargo, podrían conducir a
una mayor prosperidad compartida y a un futuro promisorio. La verdadera riqueza de una nación se
mide por su capacidad de ofrecer, de manera sostenible, altos niveles de vida para todos sus
ciudadanos.
Los problemas más agudos que han empujado al mayor deterioro ecosistémico por parte de los
seres humanos están asociados a la inequidad, la desigualdad y la pobreza. Las crisis económicas
han afectado gravemente a todas las naciones, en particular, con la crisis financiera del 2008; en
ese entonces, la más grave desde la gran depresión del siglo XX (1929), cuando millones de
personas perdieron sus puestos de trabajo.
En 2020 y 2021 enfrentamos una crisis económica
mucho mayor, quizá la más profunda que el mundo haya visto, como secuela de la gran pandemia
del coronavirus. Millones de hombres y mujeres quedaron desempleados. El mundo se encontrará
con un drama social y económico de proporciones épicas por el desempleo masivo, que empujará
más pobreza, mayores conflictos políticos y sociales, así como crecientes problemas de salud.
Todo ello seguirá socavando la dignidad humana, al negarles las oportunidades de desarrollar todo
su potencial. Así, estaremos derrochando e infrautilizando caudales de capital humano como
nunca.
Al desempleo masivo se sumarán otros desafíos adicionales al cambio climático. Los riesgos
de suministro de agua dulce, asociados al suministro de alimentos, se perciben en más de
cuarenta países y ya afectan a más de mil doscientos millones de personas que viven en zonas
de escasez de agua, y seguirá creciendo para impactar hasta dos tercios de la población mundial.
La contaminación de cuerpos de agua dulce se suma a los fenómenos de sequía más frecuentes,
lo que provoca mayor estrés hídrico. Pero también los daños causados por las inundaciones
seguirán afectando drásticamente a muchas poblaciones. Las condiciones climáticas extremas
que los provocan seguirán aumentando en frecuencia, debido al calentamiento global.
Los riesgos de suministro de materiales siguen elevándose. En minería, la calidad de las betas
disminuye y se requiere cavar más profundo, en circunstancias más difíciles, demandando cada
vez más energía por tonelada de mineral. La escasez física de materiales se ve agravada con las
restricciones geopolíticas, fuente constante de presiones sobre las poblaciones, regiones y países
que gozan de la riqueza de materias primas, pero que se encuentran en pobreza económica. Entre
tanto, la dependencia de los combustibles fósiles de muchas regiones del globo determinará los
precios de la energía y provocará mayores riesgos geopolíticos que impactarán su disponibilidad.
La guerra de Rusia y Ucrania nos vuelve a recordar con sus funestas consecuencias las fragilidades
que enfrentamos.
La contaminación del aire sigue provocando que aproximadamente una de cada ocho personas
en el mundo muera de forma prematura. Los costos externos de la polución se estiman en
trillones de dólares anuales. Los riesgos señalados actúan como catalizadores de los conflictos
políticos mundiales. Estos empujarán la migración de las poblaciones alrededor del mundo, que
exacerbarán los problemas y acrecentarán los conflictos sociales y los dramas humanos, en la
medida en que la naturaleza no pueda recuperarse del deterioro sufrido.
Por todo ello, es vital que se impulse una agenda económico-ambiental global.
2 Texto extraído del libro: Capitalismo Natural y Economía Circular: cómo restaurar el planeta al diseñar
materiales, negocios y políticas sustentables. Ed. IEXE. 2021.
3 La Comisión Lancet estima las pérdidas mundiales de bienestar por contaminación en 4.6 billones de
dólares al año (“Tax as a force for good. Rebalancing our tax systems to support a global economy fit for the
future”, Groothuis, 2018).
4 Webster, 2016.
5 People, power, and profits - Progressive capitalism for an age of discontent (Stiglitz, 2019).