La economía circular es una estrategia para optimizar el uso de los recursos naturales y las materias primas, con el fin de evitar su dispendio, en un proceso cíclico que incluye la adopción de medidas que encuentran una vasta aplicación en las políticas y acciones climáticas, como aumentar la proporción de energías renovables en la balanza energética de un país y mejorar su eficiencia. La economía circular propone estrategias para reducir la aportación de materiales vírgenes, mejorar el uso de los activos existentes y disminuir la producción de residuos, entre otros ítems de la amplia gama de sus posibilidades.
Base de la economía circular es el llamado capital natural, es decir, la riqueza contenida en la naturaleza, cuyo acervo se está desplomando en la actualidad, así como los servicios y contribuciones que fluyen de él.[1] A medida en que incrementamos la presión sobre los ecosistemas vivientes, con más población, más industrias, más infraestructura y más ciudades, los límites de la prosperidad y el bienestar están determinados, en mayor medida, por el acervo de capital natural y no por la productividad y la capacidad industrial.
A diferencia del convencionalismo económico, el denominado capitalismo natural considera supuestos de que toda la economía debe estar soportada por un sustrato fértil, y por principios regenerativos que den sustento real de vida, prosperidad, productividad y grandeza a las especies que habitan el planeta.[2] Por ello, rechaza el interés egoísta, individualista, a cambio del interés general, no solo de las personas (una sola especie), sino de todas las especies vivientes y de todos los ecosistemas complejos que interactúan y contribuyen al bienestar en conjunto.
Las mayores contribuciones de la naturaleza al ser humano y su economía provienen de servicios que no tienen sustitutos reales en el hábitat de la Tierra, por lo que son un factor limitante irremplazable para el desarrollo económico futuro, cuyo valor intrínseco y de mercado es incalculable. Aunque funcionan como bienes públicos y, por ello, nadie puede ser excluido de su uso, su creciente escasez presiona su inelasticidad.
Por eso, trascendiendo el actual modelo industrial extractivo del tomar, hacer y desechar, la economía circular es y debe ser restauradora y regeneradora por diseño. Ahora bien, ¿cómo diseñar o rediseñar? Observando los modelos que la naturaleza nos ofrece. Janine Benyus propone el modelo de pensamiento circular denominado Biomímesis, para movernos hacia una amplia economía basada en materiales biológicos, utilizando sistemas vivientes como modelos, mentores y medidas, para aplicar sus mecanismos a la producción de bienes y mercancías. [3]
Se requiere, por otro lado, comprender el concepto de “todo es alimento” para diseñar y rediseñar nuestro desperdicio. En su perfección, la naturaleza circula todo lo que crea: i. e., reutiliza cada parte, material, componente biológico (animal o vegetal) e incluso mineral. Sin importar el tiempo que le tome (en términos de eras geológicas), cada elemento vuelve a ser utilizado en un ciclo interminable. Así, desde las hojas que caen de los árboles, las deposiciones animales y la carroña, todos los desperdicios son “alimento”. Cada ser vivo, empezando por las microscópicas bacterias y hongos, participa en la degradación y reutilización de todo lo que la naturaleza “desecha”, para transformarlo. Es la ley natural. Y la ley de la conservación de la materia reza que “en un sistema cerrado, la cantidad total de materia permanece constante”.
Pero ¿qué materiales debemos usar para crear cosas? Actualmente, no todos los materiales son aptos para una economía circular, pues algunos contienen sustancias químicas peligrosas para los seres humanos o el medio ambiente. Los aditivos se utilizan a menudo involuntariamente, o por razones de rendimiento, para mejorar la flexibilidad o la durabilidad, pero hay maneras de diseñarlos. Al elegir materiales seguros y circulares, se puede crear una mejor oferta para los usuarios, mientras se asegura que los productos y servicios que se crean se ajusten a una economía circular.
El rediseño del que hablamos puede y debe partir del nivel molecular y atómico, para transformar los propios materiales y su composición, y transitar hacia los diseños funcionales exitosos que la naturaleza nos brinda, probados por miles y millones de años, que sirvan como modelos para la producción y las industrias. A nivel de los ciclos biológicos, los diseños moleculares son siempre alimento y no desperdicio. La naturaleza depende de un puñado de “materias primas-alimentos”, ya que con solo cinco polímeros (caucho, papel o tela, almidón, madera, arn y adn) se produce la mayoría de los biomateriales que se encuentran en ella.
Hay que mencionar finalmente que la investigación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología han facilitado el diseño de productos. La economía restauradora y la economía circular funcionan en la escala macro, motivando también el rediseño de políticas públicas adecuadas, que incentiven y obliguen al reconocimiento de los costos de las externalidades de la producción, y del consumo despilfarrador e inconsciente. Es imperativa la aplicación de políticas diseñadas para incentivar cambios transformadores en el comportamiento, que van derivando de una creciente conciencia ecosistémica de las naciones, los pueblos y los ciudadanos.[4] Por tanto, se buscan diseños para generar cambios en el uso de las energías, el empleo de capital humano, las finanzas públicas y las regulaciones.
[1] OCDE, 2019.
[2] Mientras Lewandowski se centra en la regeneración, el uso compartido, la optimización o el bucle, las actividades implícitas en todas estas tipologías se superponen significativamente, pero a menudo se les asignan nombres diferentes (OCDE, 2019)
[3] Circular Business Model Innovation: Inherent Uncertainties (Linder y Willander, 2015, en Lewandowski, 2016).
[4] Alrededor de un tercio de los electrodomésticos en el Reino Unido todavía están en funcionamiento cuando se tiran a la basura. Según la European Remanufacturing Network, la única definición de remanufacturación reconocida como norma nacional es la producida por la British Standards Institution. BS 8887-2. (Referido en Parker et al., 2015, y citado por ocde, 2019.)