Para marcar una fecha en la cual empezó una reflexión y se tomaron acciones para atender las necesidades y la calidad de vida de los trabajadores, diría que fue en 1919, con el inicio de la Organización Mundial del Trabajo. Sin embargo, esta es una proyección optimista, puesto que hubo en todo el siglo pasado un sinfín de conflictos derivados de la desatención de la realidad de los trabajadores y de la sociedad en general con relación a las empresas producto de la etapa de la Revolución Industrial.
Diríamos que es en 1953 con en el libro Responsabilidades sociales del empresario, del economista Howard Bowen, donde se acuña el término Responsabilidad Social Empresarial, que, sin embargo, aún se desarrolla la noción y se lleva a la práctica de manera incipiente.
Yo veo una relación directa entre el desarrollo de la RSE y la evolución de la emergencia climática que ahora experimentamos. Es en la década de los 90 cuando esta relación se hace más estrecha y cuando la RSE empieza a despegar con más fuerza y a transformar la esencia de su definición.
¿Por qué sucede esto? Por desgracia no es que nos estemos haciendo más responsables, o por lo menos no es eso lo que nos ha hecho cambiar. Es porque la realidad nos lo reclama. No podemos seguir como estamos haciendo las cosas.
De modo que también hay un proceso de evolución de la RSE dentro de una serie de acontecimientos capitales de finales del siglo pasado, como la entrada en vigor de la Convención sobre los Derechos Humanos de los Niños, nace el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, se originan los índices de sostenibilidad del Dow Jones, la aprobación del Protocolo de Kioto en 1997 y la Declaración del Milenio de la ONU, entre otros sucesos relevantes.
El nuevo siglo inicia con mucha fuerza y atiende a una franca preocupación por el futuro de la civilización en términos ambientales debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y su consecuente modificación del clima. Los impactos se estiman cada vez peores. Por primera vez la humanidad ve el peligro de su propia subsistencia y peor aún, nos damos cuenta de que en buena medida nosotros mismos lo estamos provocando.
Desde ahí y con mucho mayor auge, en el siglo XXI se concibe la problemática climática desde un punto de vista holístico; es decir, la crisis climática se debe a una serie de acciones humanas que tocan todo su ámbito: nuestra forma de consumir y, por lo tanto, producir, la forma de operar de las empresas, la explotación desmedida de los recursos naturales y la biodiversidad, la sobrepoblación mundial. Las inmensas cantidades de contaminación emitidas…
Comprendemos que todos somos de algún modo responsables y que a todos nos toca solventar esta crisis, pero sobre todo, recae en las empresas y gobiernos la mayor responsabilidad, pues son quienes tienen el poder real de explotar y permitir que se exploten los recursos en grandes dimensiones.
Derivado de esto y en búsqueda de soluciones, se va gestando y tomando valor a una noción que engloba las múltiples acciones antes mencionadas que se abocan en, número 1: el contexto ambiental, número 2: el contexto social, y número 3: el contexto empresarial, la reglas y normas empresariales para operar. Esto es lo que llamamos ESG.
Desde mi punto de vista, la RSE —que ha tenido un siglo de lucha y trayectoria— no encontró su verdadera evolución o su significado tuvo mayor auge hasta hace unos años con la consolidación de ESG, pues ESG engloba muchos más aspectos y los alinea entre sí para una misma finalidad.
Todos sabemos bien que actualmente los fondos de inversión no solamente están mirando a proyectos que operen bajo ESG, sino que se está calificando con rigor y condicionando a las empresas para ser cada día más sostenibles. Sumemos a esto que el año de la pandemia fue el más fructífero para este sector del mercado.
Al parecer, la pandemia también fue una especie de ensayo del fin del mundo cuyos resultados están favoreciendo enormemente al desarrollo sostenible. Aún falta tiempo para ver si esto es cierto, pero por el momento tiene una buena perspectiva.
¿Cuál es el motor de la sostenibilidad? ¿Cuál es el corazón del desarrollo sostenible? Son los criterios ESG, es la fórmula que, bien llevada a cabo, resulta en alta sostenibilidad en el negocio, en el operar de los gobiernos y en la vida cotidiana de las personas.
ESG no sólo son siglas que hay que palomear en la junta de accionistas y en todo el organigrama de la empresa, se trata de una nueva forma de pensar y de actuar, es una nueva cultura que requiere, sobre todo para las generaciones del siglo pasado, un proceso de aprendizaje y asimilación. Estamos acostumbrados a consumir y a vivir de cierta forma y ahora sabemos que esas costumbres son muy dañinas para nuestro entorno social y natural, aunque lo hagamos de manera involuntaria.
La esencia de la RSE ha sido retribuir a la sociedad por aquello que la empresa toma de ella, los recursos, la mano de obra. Esto lo veo lejano y avejentado. Ahora ya no solo se trata de eso, el modelo mismo del negocio debe comprender el crecimiento y bienestar social no como retribución, sino como condición para el crecimiento económico. Y tristemente no porque esto debamos hacerlo éticamente, desde luego que sí, pero ahora la situación se ha complicado y debemos hacerlo por sobrevivencia y como exigencia del mercado, de la sociedad, del planeta mismo.
En ese contexto, muchos de los esfuerzos actuales por reconocer el compromiso de las empresas con la RSE son insuficientes para obtener beneficios directos, como sí sucede cuando las compañías son calificadas o pertenecen a ciertos índices ligados a los criterios ESG para atraer inversión u obtener financiamiento más eficiente.
La empresa es un motor de desarrollo, siempre ha funcionado de esa manera, pero muchas veces este impulso era a costa de destruir el entorno. Antes la ganancia era la meta para operar. Si esto siguiera de esta manera, hoy en día no desembocaría en huelgas laborales, como ocurría en el pasado, sino en la destrucción de nuestra especie.
Pero soy optimista para el futuro, porque hay un elemento en juego que se torna a nuestro favor. Mientras los actuales dueños de empresas, accionistas, directivos, inversionistas, etcétera, estamos tratando de aprender «a hacer las cosas bien», vienen generaciones que ya tienen esta conciencia programada. A ellos hay que enseñarles muy poco al respecto.
Las nuevas generaciones, y ya ni siquiera hablaría de los millennials, sino de la generación Z e incluso la Alfa, son esos nativos digitales que ya tienen toda la información disponible, pero que saben clasificar y tomar decisiones al respecto. ¿Podríamos decir que serán nativos de ESG? Me gustaría pensar en eso.
Son consumidores que se preocupan antes de adquirir un producto por su procedencia, la huella ambiental que genera, la naturaleza de los materiales con los que se hace, las condiciones en las que la empresa trata a sus empleados, etcétera. Esta ventaja es enorme.
La definición de sustentabilidad dice que se trata de usar los recursos actuales sin comprometer el uso de los mismos por las generaciones futuras. Curiosamente, ese equilibrio que tanto hemos buscado —y hay que decirlo, no lo hemos logrado— son las generaciones actuales y futuras las que lo lograran. Quizá ellos mismos serán los que se procurarán un futuro.
¿Qué nos toca a nosotros? Ya hay un gran avance con este despertar, yo lo veo como un verdadero despertar. Lo que nos toca es allanar el camino, corregir el curso. Ya conocemos las herramientas, ya sabemos cómo hacerlo y creo que ya iniciamos desde hace tiempo. Por eso soy optimista, porque veo una nueva forma de entender la realidad con una mirada más ética.
IASE MÉXICO, ALIADO ESTRATÉGICO DE EMPRESABILITY, EL MOVIMIENTO IBEROAMERICANO DE RESPONSABILIDAD SOCIAL