COLUMNA

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Si logramos coincidir en que la única vía sin retorno para abandonar la pobreza -para quienes hoy son pobres- es recorrer el camino de la prosperidad nos enfrentamos al desafío de cómo facilitarles el tránsito para que puedan llegar a destino sin que eso suponga dependencias o deudas de cualquier especie.

La ayuda sin dudas es la clave pero, cuando se trata de aplicarla a favor de personas en estado de pobreza hay consideraciones que no pueden dejar de ser tenidas en cuenta; y mucho menos ser utilizadas aquellas que han sido aplicadas a personas provenientes de otra condición social ya que el punto de partida cuenta para definir el tipo de ayuda a brindar.

Quienes hemos tenido la suerte de nacer en una familia y entorno alejado de la pobreza recibimos talentos + habilidades duras + habilidades blandas + experiencias + consejos y sugerencias desde el día en que nacimos.

Todo este bagaje, toda esta capacidad y potencia acumulada la encauzamos a través de nuestros estudios y, metafóricamente, el título que obtenemos -del nivel educativo que sea (sin ser este, incluso, requisito ineludible)- nos sirve para surfear la vida y avanzar hacia una prosperidad creciente.

Hay otras personas que por partir -o por caer en algún momento de sus vidas- en un estado de pobreza no cuentan con todo lo descrito anteriormente de parte de su familia y entorno.

Por cierto, tampoco suelen contar con educación por causa de las urgencias permanentes vinculadas con su necesidad de supervivencia.

Quizás obtengan un título -del nivel que sea- pero muy difícilmente puedan defenderse con él, y mucho menos avanzar modificando su condición de pobreza.

Son pobres, pero no están solos; cuentan con nuestra ayuda

Quienes vivimos en abundancia tenemos la disponibilidad -y la naturaleza en nuestros genes- siempre lista para ayudar a quien lo necesita y, por empatía, a hacer lo que esté a nuestro alcance para reducir la pobreza.

Como solemos ayudar desde una perspectiva humana y razonable, ya que lo hacemos con pares que solo tienen que padecer circunstancias diferentes a las que nos tocaron a nosotros, solemos utilizar el modelo que conocemos.

Con las mejores intenciones pensamos que brindar impulso para avanzar es tan suficiente como lo ha sido con nosotros cuando recibimos a su vez ayuda (en sus diferentes formatos: inyección de dinero, ofrecer resultados concretos a quien no sabe cómo alcanzarlos por sí mismo o la misma educación que obviamente nos diferencia y, en nuestro caso, define).

Es lógico pensar de esa forma pero no podemos perder de vista que, cuando tomamos la decisión de ayudar a otra persona nuestra ayuda -para que realmente sea tal- debe adaptarse a sus características y circunstancias particulares.

Lo que nos sirvió a nosotros no necesariamente le servirá a otros; en especial cuando esos otros son tan diferentes en términos de experiencia, entorno, condición… a nosotros.

Para lograr que esa persona en condición de pobreza avance por el camino de la prosperidad necesita un envión más todo lo que rodea y facilita que ese envión prospere.

Ejemplo que ilustra

Detectamos a alguien con capacidad para emprender y compartimos con esa persona los talentos necesarios para que quede en condiciones de desarrollar un oficio en forma independiente (además de facilitarle herramientas y enseres necesarios, claro).

Para cualquiera de nosotros eso sería suficiente para iniciar un camino de progreso y prosperidad; pero, si esa persona es pobre y proviene de un entorno vulnerable encontrará como obstáculo aquellas cuestiones que a nosotros ni siquiera nos llamarían la atención.

A quien estamos intentando ayudar para que abandone la pobreza, luego de compartir con él los talentos necesarios para crear riqueza con autonomía, necesitará que convoquemos a quienes puedan transmitirle lo necesario para saber cómo cotizar, cómo cobrar, cómo vender, cómo cerrar un acuerdo, cómo tomar a un colaborador, qué hacer con el dinero… y el resto de los cómo necesarios para que pueda avanzar por el camino de la prosperidad sin obstáculos que le impidan ganar agilidad.

Queda claro que la ayuda que funciona, en particular cuando se pretende sacar a personas de su situación de pobreza -para que no regresen a ella- está muy lejos de la épica del rescate personal y mucho más cerca de una labor comunitaria que involucra a muchos -y los favorece a todos-.

Es simple entender que ayudar -en especial cuando se trata de ayudar para que deje de ser necesario seguir ayudando- no es una cuestión puntual, ni lineal, ni siquiera circular sino esférica ya que si no rodeamos a la persona necesitada con talentos -necesarios y complementarios- corremos el riesgo de retroceder dilapidando el esfuerzo.

Para avanzar, en especial para hacerlo sobre toda superficie -incluso aquellas irregulares o que presentan obstáculos (metáfora del progreso durante nuestro tránsito hacia la prosperidad)- nuestra chances aumentan si lo hacemos dentro de una esfera flexible -como las que se solían ver en algunos parques del mundo (conocidas como “Zorb Ball”, como muestra la imagen que acompaña este texto) con personas dentro de ellas con libertad casi absoluta, protegidas de los golpes y con la capacidad de superar obstáculos que de otra forma resultarían insalvables-.

Esta metáfora es válida para entender que, cuando decidimos ayudar a alguien a salir de su condición de pobreza, la tenemos que proteger de todas las falencias que le impidió incorporar su condición previa, para que pueda abandonarla de una vez por todas, y para siempre.

Fernando Solari

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